Opinión
Perspectivas

Esos demonios

Luis Luna León le habla a sus demonios, los acoge, los desafía y anima a todos a hacer lo mismo.

Por Luis Luna León, especial para NOVA desde México


Los conozco. Sí, uno a uno. He hablado con ellos por años. En mi infancia me agobiaban. Les temía. Pero hoy todo ha cambiado. Y me siento cual niño con juguete nuevo. Hoy los tomo del
cuello. Los observo hasta que me llega el aburrimiento y los dejo colocados en el lugar menos esperado.


Siempre he creído que me conozco tanto, que sería muy difícil que yo me engañe por voluntad propia. La vida me ha golpeado y me ha sacudido tantas veces que me ha hecho rebotar en mis propias paredes. Y no sé si es bueno o malo. Porque ahí, de rebote en rebote, he estado con ellos, con mis demonios internos. Hemos conversado muchas veces y he de confesar que hoy simpatizo con ellos.

Esos demonios que han hecho de mí lo que encuentro en mi historia. Que me lograron dominar siendo niño. O cuando en la adolescencia no quería expresar mis ideas y lograron sellarme los labios. Sí, me sujetaban de los cabellos y hacían de mi lo que ellos querían. Fueron tantas cosas que por ellos no me atreví a realizar y pocas fueron las que a pesar de ellos logré concretar. Pero nada de lo que hice en el ayer fue grave. Hoy tengo la tranquilidad de que no hay cosas de las cuales me pueda avergonzar.


Esos miedos que han formado parte de mi vida son, quizá los más leales a mi persona. Leales y fieles. Jamás se irán de mi lado. Nunca me han abandonado. Y a pesar de que muchos de ellos han estado calmados, los tengo, viven en mí. Pero hoy todo ha cambiado. Los he encerrado en una prisión de máxima seguridad ya que existen sin autogobierno. A diferencia del ayer, hoy los controlo.

Y están en paz. Y aunque mañana puedan acelerarse y realizarme un motín haciendo a mis sirenas emocionales ulular como señal de que el peligro está por llegar, estoy tranquilo. Porque hoy ya no existen sorpresas. La vida me ha violentado tanto que sé los giros de cadera que debo realizar para no recibir el derechazo que esos demonios me pretenderán propinar.

Mis reflejos emocionales han estado en el gimnasio y día a día están más fuertes, más atentos. Quizá han sido muchas las veces que tuve que levantar la piedra que bloqueaba el camino, que indirectamente mis brazos se ejercitaron. Ya no me canso.

Lo que siempre me ponía mal era el miedo, a veces miedo de la cosa, a veces miedo del propio miedo. Me hablaban al oído y me hacían dudar. Y cuando tenemos miedo, nos sentimos impotentes, carentes de recursos y completamente paralizados. Como si algo absorbiera nuestro poder personal y lo situase ante aquello que tememos para no actuar. Nos congelamos. Nos quedamos mudos, atónitos, sin poder dar un paso o emitir queja alguna.

Todo por el miedo a perder eso que no tenemos. Todo por alejarnos de lo que nunca ha estado con nosotros. Miedo al apego de lo que no importa. De lo que no necesitamos. De todo aquello que sólo está en nuestra mente.

O en el peor de los casos, esos demonios nos hacen recordar cosas del ayer que nos marcaron nuestro estado emocional y que hoy nos da temor actuar. Pero hoy estoy convencido qué nuestras fortalezas jamás brillarán cuando nuestros miedos nos buscan dominar.


Y somos nosotros mismos los que debemos enfrentarlos. Nadie podrá asumir esa responsabilidad. Y lo debemos de hacer para poder avanzar. Tonto aquél que conociendo a sus demonios les permita manipularlo a tal grado que sean ellos los que controlen su vida.

Por ello, mi ahora está inundado de momentos de descanso. Quizá en algún lugar de mi futuro me lleguen a explotar en las manos. No lo sé. Pero hoy he decidido tomar las riendas de mi persona. De ser yo quien dirija los caballos. Ser yo quien controle las cosas. De que sean mis manos y mi criterio el que me encamine hacia lo que realmente me haga feliz. Nada de lo malo que viví en el ayer debe de influir mi ahora.


Y entre más más me conozco, mis demonios internos se quedarán sentados, ahora ellos paralizados, observando como tomo con mis manos sus mejillas y les dibujo una mueca a manera de sonrisa a mi antojo; dominándolos. Y mientras lo hago, mi yo interno vive feliz, crece pleno y sin sobresaltos para poder caminar en paz.

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